Una visión no es simplemente un deseo o un sueño humano. En el Reino de Dios, la visión verdadera no se inventa, se recibe. Visión es ver, por fe, lo que Dios ya ha mostrado que va a hacer. Es una imagen del futuro que Dios ha revelado de antemano para motivarnos, dirigirnos y sostenernos. No es la visión de “nuestra iglesia”, ni de un pastor, ni de una estrategia. Es la visión de Dios para su pueblo. Y Él ya la mostró: está en Apocalipsis.
La visión de Dios: una gran multitud
“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones, tribus, pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas…”
(Apocalipsis 7:9)
Esa es la meta final. Ese es el cuadro completo. No se trata de agrandar nuestras iglesias, sino de llenar el cielo con personas redimidas de toda nación.
Dios nos dio una imagen clara de cómo termina esta historia, para que vivamos guiados por lo que ya sabemos que Él hará. La visión no es algo por descubrir: es algo por cumplir.
No es nuestra visión, es Su visión para nosotros.
Muchas veces hablamos de “nuestra visión”, pero el verdadero llamado es alinearnos con la visión eterna de Dios. Él ya nos mostró el final para que vivamos el presente con propósito. No se trata de cuántos discípulos soñamos tener, sino de cuántos faltan aún para completar esa gran multitud.
No caminamos por lo que vemos hoy, sino por lo que Dios ya vio en Apocalipsis.
Esa multitud todavía no está completa… y Dios quiere usarnos para eso.
Con la Gran Comisión
La visión de Apocalipsis (una gran multitud) se cumple con la obediencia a Mateo 28 (la Gran Comisión):
“Id, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…”
(Mateo 28:19-20)
Dios nos mostró el destino, y también nos dio el camino:
Ir – Salir de la comodidad.
Hacer discípulos – Personas transformadas que transforman.
Bautizar – Identidad nueva en Cristo.
Enseñar a obedecer – No solo informar, sino formar.
Enviar – Multiplicar, no retener.
Nuestra misión no es hacer crecer una iglesia, sino hacer discípulos que llenen el cielo.
A través de grupos pequeños que:
- Forman discípulos reales.
- Viven la Palabra juntos.
- Cuidan, sanan y restauran.
- Multiplican la fe en otros.
- Se conectan a la visión global de Dios.
- Cada grupo, cada hogar abierto, cada persona transformada es una respuesta a la visión de Dios.
Cuando los programas separan lo que debe estar unido
Muchas iglesias han construido estructuras ministeriales alrededor de programas especializados: departamento de oración, ministerio de evangelismo, escuela de formación, ministerio de ayuda social, reuniones de jóvenes, de mujeres, etc. Aunque estos programas han bendecido a muchos, con el tiempo pueden generar una fragmentación de la visión y de la misión.
Cada creyente termina participando según su afinidad o interés:
A quienes les apasiona orar, se suman al “ministerio de intercesión”.
Los que buscan aprender, se inscriben en los cursos bíblicos.
Los que tienen corazón por los perdidos, se unen al evangelismo callejero.
Esto genera un modelo en el que unos pocos hacen algo específico mientras el resto observa o solo asiste. El resultado: una iglesia compartimentada, donde la misión se diluye, la carga se concentra en unos pocos responsable de grupo, y la mayoría se queda como público pasivo.
Además, el responsable de grupo pastoral termina agotado, tratando de sostener múltiples frentes de ministerio, calendarios, responsable de grupo, recursos y logística.
La alternativa: converger en un solo lugar que fortalezca la misión
En lugar de multiplicar programas, proponemos unir todas las dimensiones de la vida cristiana en un solo espacio relacional: el grupo pequeño.
Los grupos pequeños permiten que la misión, la oración, la enseñanza, la comunión y la acción práctica se integren en la vida cotidiana de los discípulos. En vez de departamentos aislados, tenemos comunidades vivas donde todo converge para fortalecer la misión.
Ejemplo práctico 1: Evangelismo
En muchos lugares, el evangelismo depende de un evento programado: una salida al parque, una campaña, una carpa, una actividad de impacto. Pero cuando eso no sucede, el evangelismo desaparece del ritmo diario.
En el modelo célular, cada grupo pequeño tiene una visión clara: invitar nuevos. No necesitamos campañas eventuales, porque cada creyente vive con intención misionera.
Así, en vez de que “algunos evangelicen de vez en cuando”, todos evangelizan todo el tiempo.
El grupo se convierte en el espacio natural donde el nuevo puede entrar, escuchar, experimentar comunidad y ser alcanzado.
Ejemplo práctico 2: Oración
En el modelo tradicional, la oración se canaliza a través de una reunión general de intercesión, muchas veces asistida por los mismos de siempre.
En el modelo de grupos pequeños, la oración se vuelve parte integral de la vida del grupo. Se ora con nombres, con lágrimas, con seguimiento. Se oran las cargas de la semana, se celebran las respuestas, se intercede por los que aún no conocen a Cristo.
Así, la oración no es un evento aislado, sino una cultura viva que florece en cada casa.
El valor añadido: sostenibilidad y activación del cuerpo
Cuando todo fluye desde el grupo pequeño:
El responsable de grupo se distribuye y descansa.
Los dones se descubren y activan.
La formación no es solo teórica, sino vivencial.
La misión no es para unos pocos, sino de todos.
No se trata de eliminar lo bueno que hay, sino de redirigirlo a un modelo que une, fortalece y activa.
Conclusión: todo para todos, desde una sola vida compartida
Cuando la vida cristiana se fragmenta en programas, la iglesia se desgasta.
Cuando la vida cristiana se vive en comunidad, la iglesia florece.
La meta no es simplemente organizar mejor, sino volver al modelo bíblico donde la iglesia era una comunidad viva en casas, unida en misión, en oración, en enseñanza y en amor (Hechos 2:42-47).